jueves, 2 de octubre de 2025

Homilía del cardenal José Cobo en la Misa corpore insepulto por el fallecimiento de Monseñor José Antonio Álvarez (02-10-2025)

 


El sembrador sorprendido 
(Jn 12, 23-28)

Dicen que había un sembrador joven de corazón, que recorría los campos con una bolsa llena de semillas. Cada mañana salía temprano, con ilusión, y las iba lanzando en la tierra que encontraba: unas caían en la cuneta, otras entre piedras, pero muchas encontraban buena tierra. Y el sembrador sonreía al ver cómo la vida brotaba.

Un día, al amanecer, escuchó una voz que le dijo:

- Ha llegado la hora, deja tu saco y ven conmigo.

El sembrador miró sus campos. Todavía quedaban surcos por sembrar, todavía tenía proyectos en su corazón, todavía quería ver más frutos. Y con un nudo en la garganta respondió:

- Pero, Señor, aún no he terminado mi tarea.

La voz insistió, suave pero firme:

- No temas. Lo que sembraste es suficiente. Otros recogerán la cosecha. Tú ven, sígueme.

Y el sembrador, con lágrimas en los ojos y esperanza en el alma, dejó su bolsa. Dio un último vistazo a los campos y descubrió algo que nunca había visto: allí donde había lanzado sus semillas, empezaban a crecer flores y espigas que se multiplicaban más allá de su alcance.

Entonces comprendió que su misión no era verlo todo terminado, sino confiar en que la vida que había entregado daría fruto en las manos de Dios y en los corazones de su gente.

Y se marchó con el Señor, ligero de equipaje, sabiendo que sus campos seguirían floreciendo.

Nosotros somos esos campos. Y contemplamos que la verdadera vida brota, no en lo que vemos, sino en la capacidad de dejarnos transformar por Dios. Hoy con esperanza presentamos la Esperanza del sembrador, que sabe que estos surcos de su Iglesia seguirán floreciendo gracias a la constancia de los sembradores y a la grandeza de las semillas.

Cercanía, misericordia y esperanza

El Evangelio que acabamos de proclamar nos ha presentado la parábola del grano de trigo. Jesús, hablando de su propia muerte, nos dice: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”.

Esta es una Palabra que ilumina la vida y la muerte de todo discípulo, y de un modo particular la de un obispo. Como apóstol, está llamado a gastarse por completo, a dejarse consumir poco a poco por su pueblo. Como el grano de trigo, se pierde a sí mismo para dar vida a los demás.

Eso ha sido nuestro hermano José Antonio. Su vida ministerial –con sus fragilidades y sus grandes virtudes– ha sido un camino de entrega, de siembra silenciosa, de sacrificio escondido. Un sí continuo al “sígueme” que le dio al Señor, como su lema decía y como hemos aprendido conviviendo con él.

Un obispo, un apóstol, no suele dejar grandes monumentos ni logros visibles. Lo que deja son semillas: la Palabra predicada, los sacramentos celebrados, las lágrimas compartidas, la fe transmitida. La gloria no es la de la admiración del mundo, sino la de la cruz asumida. La gloria auténtica brota desde el sacrificio, desde el amor que no se guarda, desde la fidelidad pequeña y cotidiana, como vimos en su vida.

Pero nada de eso se entiende sin la pedagogía de la semilla.  La vida de cada uno de nosotros, solo se entiende desde la lógica de la cruz y de la resurrección. En esa lógica José Antonio ha ofrecido cada día lo que tenía: su tiempo, su salud, su corazón, su oración, sus manos que bendecían, su forma de organizar y colaborar en la vida diocesana, su forma de coger el Pan y repartirlo en la Eucaristía.

Y estas semillas solo se siembran con la artesanía de quien mira a Cristo siempre como el primer sembrador, a costa de su vida. Así, hoy tenemos al obispo José Antonio que, al estilo de Cristo, nos enseña a sembrar desde la cercanía, la misericordia y la esperanza.

Cercanía a Dios en la oración, cercanía a su diócesis en la vida diaria, cercanía a los hermanos sacerdotes en la fraternidad, a la vida consagrada, al personal de la Curia.

Misericordia, porque los que hemos estado con él hemos comprendido su tarea de no juzgar, sino de abrir caminos. Su forma de sonreír ante la vida. Su forma de poner en su sitio las cosas importantes. Su forma de tomar con humor lo que no merecía la pena.

Esperanza, porque su mirada no se queda en los problemas del presente, sino que señala siempre hacia Cristo resucitado. “Lo que Dios quiera”, decía continuamente. Y así ha sido.

Damos gracias porque en la vida de José Antonio hemos visto reflejos de todo esto.

Vida sembrada

Lo que queda de un pastor no son sus cargos ni sus títulos, sino las huellas de amor que ha dejado en su diócesis. Y esas huellas son las que hoy nosotros recordamos y agradecemos hasta el punto de percibir un gran misterio: José Antonio se ha sembrado en nosotros. Su vida misma ha quedado y queda, por el misterio de la Resurrección, sembrada en su Iglesia. Muere para nacer para la Vida eterna, y los frutos de su ministerio siguen creciendo en quienes fueron tocados por su palabra, su perdón y su presencia, porque todo ello venía de Jesucristo.

Ahora se siembra en el suelo, en el mismo suelo en el que se postró el día de la ordenación presbiteral. Luego se sembrará en las entrañas de esta catedral, casa madre de los cristianos de Madrid.

Al contemplar su ataúd ante el altar, sembrado en este suelo, podemos sentir la misma certeza: El Señor no defrauda. La esperanza en Él no queda nunca defraudada. Quien confía en Cristo resucitado no queda jamás defraudado pues se inserta en el misterio del grano de trigo, en el misterio de la Eucaristía, en el misterio de la Vida eterna, en Dios.

Esta es la fe y la Esperanza que hoy desde este suelo, desde este surco de la diócesis y de la Iglesia, pedimos que se siembren hoy de forma nueva. Queremos sembrarlas en:

  • En la vida de José Antonio. Su vida es un lugar desde donde Dios nos habla y nos explica cómo caminar. La vida de un discípulo de Cristo se mide en los surcos que deja en el corazón de la gente. Esos surcos, hermanos, son los que hoy agradecemos: los gestos, los abrazos, tantos detalles que estamos compartiendo y que nos sobrecogen. Eso es un regalo de Dios para todos nosotros.Pedimos que Dios la acoja y lo lleve por el camino de la Resurrección. Que, ya que ha actuado la muerte, el Resucitado también actúe la Vida.
  • Pedimos que se siembre en cada uno de nosotros. Hoy es momento para dejar que la vida de Jesús se manifieste por medio nuestro. La vida tiene sentido porque viene de Cristo. Vida y muerte. Es buen momento para preguntarnos, también cada uno de nosotros: ¿qué siembra dejo? ¿Qué estoy sembrando ahora mismo? ¿Qué sembramos juntos? Es una buena pregunta para hacerse y ver dónde está lo realmente importante. Todo terminará, pero Él permanece y en Él podemos reconocer el sentido de la vida. Queridos hermanos, la vida solo se gana cuando se entrega. Solo se fecunda el corazón cuando se abre a los demás. La muerte, entonces, no es un final absurdo, sino el momento en que la semilla comienza a germinar en plenitud. Pidamos también cada uno de nosotros la gracia de vivir con esa misma esperanza. Que no temamos gastar la vida en el servicio, que no temamos ser grano que cae en tierra, porque sabemos que la Pascua de Jesús es más fuerte que toda muerte, y hoy lo comprobamos.
  • Fe y esperanza que queremos sembrar, a través de José Antonio, en nuestra iglesia de Madrid. Es momento de sentir la llamada a sembrar juntos, por encima de nuestros planes y proyectos. Hoy es un buen día para sembrar su vida en la diócesis y en la vida de nuestro presbiterio. José Antonio ha sido fiel, ha sembrado su vida y su ministerio, y ha trabajado para que la Iglesia sea comunidad abierta y comprometida. Él siempre ha sido de aglutinar, de sumar y aunar. Por eso, hoy recogemos su siembra, una siembra de tantos que nos dicen que vamos en la misma barca. Una semilla que nos dice que, aunque somos débiles, Dios está más allá de nuestros proyectos. 

Gracias por tu siembra

El Dios de las sorpresas te ha arrebatado de este valle de lágrimas y de tensiones en lo que nos parecía lo mejor de tu ministerio. Pero lo mejor está por venir, según el designio de Dios. Ahora tu ministerio se multiplica al estar tan cerca de Jesús. Sigue intercediendo por los que amaste y por quienes te desgastaste. 

Sigue cuidando a toda tu familia –especialmente a tu madre Ángela– y a tus sacerdotes, y procura que el Señor siga convocando jóvenes para pastorear a tu rebaño. Ahora estamos aquí, a punto de sembrar la vida de nuestro hermano que se pone en nuestras manos. La muerte no tiene la última palabra. El amor de Dios es más fuerte que la tumba.

El corazón de Dios ha vencido al mal y al pecado, y en ese corazón ponemos hoy, sembramos, la vida de nuestro hermano obispo.

Pidamos al Señor que José Antonio, que tantas veces pronunció en el altar las palabras “Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”, pueda ahora escuchar de Cristo la respuesta fiel: “Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”.

Descanse aquí en la paz del Resucitado con quienes nos han precedido, y nosotros sigamos sembrando.

 

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